Durante siglos, el arte y la tecnología fueron una misma cosa. Los griegos, por ejemplo, tenían una sola palabra para definirlos: techné. Y techné –que podría traducirse como técnica, o habilidad– encierra la mejor definición de ambos mundos. Para los griegos significaba la capacidad del hombre de crear. La capacidad humana de imaginar lo inexistente y volverlo materia no ha encontrado mejores válvulas de escape que el arte o la tecnología.
Para Carmen Gil, artista, profesora y organizadora del Salón Voltaje, una muestra que reúne obras en donde el arte y la tecnología se hermanan y que hará parte, por segunda vez, de la Feria del Millón, “la relación entre arte, tecnología y ciencia es una de las más antiguas en la historia de la creación. Las primeras expresiones multimediales, como el Wayang Kulit o el Teatro de las Sombras, surgen en Asia hacia el año 100 de la era cristiana”.
En cierta medida se desarrollaron juntos. Pintores y químicos trabajaron siempre de la mano para crear nuevos pigmentos. Músicos, luthiers y constructores perfeccionaron instrumentos musicales. Con la llegada de la imprenta surgió la industria del libro. Con los avances de la física óptica aparecieron la fotografía y el cine. El arte, al fin de cuentas, es un ejercicio técnico.
Con la Revolución Industrial, sin embargo, el artista y la tecnología entraron en disputa. La tecnología había llegado para acelerar el mundo y, en ese esfuerzo, había desplazado al ser humano. Artistas como Delacroix y Théodore Gericault centraron su obra en escenas cotidianas, en las que sentimientos como la melancolía fueron protagonistas. Esta búsqueda de la humanidad parece condensada en la opinión del pensador William Morris, quien aseguró que “el artista y la máquina son absolutamente incompatibles”.
Sin embargo, las corrientes artísticas que entendieron la tecnología como fuente y material para el arte no cesaron. “Es en el siglo XIX en el que las formas precinemáticas empiezan a surgir y a crear ilusiones y experiencias inmersivas que serían más contundentes en el siglo XX con la llegada del cine y posteriormente las experiencias digitales”, asegura Gil. Desde el arte cinético y sus esculturas con movimiento hasta los tecnoartistas como Frank Malina, que dejó su trabajo como ingeniero espacial para empezar a construir instalaciones escultóricas, la tecnología fue el sustrato perfecto para la expresión artística.
En 1966, y durante diez meses, un equipo de artistas de la talla del compositor John Cage trabajó de la mano con un grupo de científicos e ingenieros del afamado Bell Laboratories en una serie de proyectos que darían nacimiento a la organización Experimentos en Arte y Tecnología (E.A.T., por sus siglas en inglés). En 9 Evenings se estrenaron técnicas audiovisuales que serían la base de muchas de las tendencias que vendrían más tarde.
Una década después, la artista colombiana Feliza Bursztyn estaría construyendo sus máquinas Histéricas, a las que unos motores hacían temblar y rechinar. “Colombia ha sido uno de los países pioneros en América Latina en el desarrollo de obras y espacios de exhibición de este tipo”, asegura Carmen Gil. “Después de los experimentos con las máquinas de Bursztyn, a mediados de los setenta llega el video analógico y se empieza a perfilar como un nuevo medio de creación que va a ser fundamental en las décadas siguientes en artistas como José Alejandro Restrepo, Rodrigo Castaño o Gilles Charalambos”.
Para finales del siglo pasado, un objeto construido con circuitos y luces de neón tenía el mismo estatus artístico que el de un cuadro al óleo. Hoy, la relación entre arte y tecnología se ha expandido a nuevos territorios. Cabe pensar en la obra del famosísimo artista chino Ai Wei Wei, para quien la interacción por redes sociales ha sido una piedra angular de varias de sus obras.
Más voltaje
“Comencé haciendo unos registros documentales con el celular”, manifiesta el artista Luis Antonio Silva Anaya, “pequeños fragmentos en los que un amigo se tomaba unas pastas de metadona”. En una estructura de 360 grados, una suerte de pantalla en forma de aro suspendida en el aire en la que el espectador está tan tentado a entrar como a quedarse fuera, se ve proyectado a un joven por momentos dormido en una cama. Por momentos envuelto en una frazada. Algunas veces despierto. Otras dormido.
El amigo de Silva toma metadona, un opiáceo con el que se maneja la adicción a la heroína, para lidiar con el dolor que le produce un tratamiento para su cáncer. “Registré los momentos en que la metadona le cambiaba el tiempo, lo dejaba entre dormido, entre despierto y también cuando llegaba el síndrome de abstinencia”. Las imágenes dentro del aro se repiten una y otra vez, en un loop interminable: “Me interesa mostrar que ese tiempo se vuelve como una condena, como un ritual. Hablo del tiempo, del dolor y de la cuestión de ser testigo”. Dentro o fuera del aro, quien se acerca a Prolongación: extensión en el tiempo o el espacio, como Silva ha bautizado esta videoinstalación, es también un testigo privilegiado. Un partícipe del ritual del dolor.
Silva presentará Prolongación en la nueva edición del Salón Voltaje en la Feria del Millón, que se podrá visitar el 3, 4 y 5 de octubre y que contará con la participación de nueve artistas. Esa unión, esa pulsión si se quiere, está en el corazón de la obra de Silva. “Cuando revisé todo el material que había grabado”, comenta, “sentí que la experiencia íntima de los videos se debía sentir en el espacio donde estuvieran. De ahí se me ocurrió la idea de una pantalla circular que encerrara la experiencia”.
Silva asegura que no podría acercarse al arte de una manera diferente: “No sé dibujar muy bien, mucho menos pintar. Así que cuando conocí los nuevos medios, especialmente el video y el mapping, empecé a descubrir un montón de posibilidades”.
“Al final, la técnica en el arte es un procedimiento necesario para expresar las ideas”, asegura el manifiesto firmado por los artistas que participaron en el primer Salón Voltaje, en el que además afirman entender la tecnología como poética y no como efecto especial. Las expectativas de Silva parecen estar alineadas con ese manifiesto: “Hay que aprovechar la oportunidad para no solo asombrarse de técnicas y trucos, sino también de todo lo que hay escondido detrás de eso”, concluye.
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